La culpa siempre la tienen los otros. Da igual de que época o asunto estemos hablando, todos los problemas que han surgido en nuestra historia ha sido por culpa de los otros.
Lo único que cambia en las situaciones es el prisma que se usa para ver a los otros:
- Si no pertenecen a mi raza (concepto que debería desaparecer)… son los otros.
- Si no pertenecen a mi país… son los otros.
- Si no pertenecen a mi religión… son los otros.
- Si no pertenecen a mi status social… son los otros.
- Si no pertenecen a mi movimiento político… son los otros.
- Si no tienen mi complexión física… son los otros.
Y existe algo que todos (los unos y los otros) tenemos en común: buscar la segmentación, sentirse exclusivamente de un grupo, pelear para que nuestra diferencia sea mejor que la de los otros. Organizar guerras, siempre contra los otros.
Y ese deseo innato de luchar por proclamar nuestra diferencia como la mejor es nuestro punto débil. Y de esta debilidad surge un grupo de gente que busca provecho, que realmente no está con unos ni los otros, están con ellos mismos, y obtienen en esa confrontación el beneficio propio. Y su discurso va minando en las mentes de los unos, discursos que no mienten pero que tampoco dicen toda la verdad, y convierte a ese grupo en fanáticos de sus ideas… y en contra de los otros.
Y todos somos los más inteligentes, los más formados, los más listos, los mejor comunicados… y en este mundo globalizado y abierto seguimos sin entender que no hay los unos y los otros, que el buscar diferencias entre nosotros nos hace más débiles como sociedad y que la base de un mundo mejor es comprender que en el fondo todos somos iguales.
Que lo complicado es buscar lo que nos une, el ponernos en el lugar de los otros, el esforzarse en trabajar por encontrar ese punto de equilibrio donde todos nos sentimos respetados.
Y como esto es lo complicado, siempre es más fácil creer que tu tienes la razón… y que la culpa es de los otros.
Hasta que llega el día que te toca ser de los otros.